Para la mayoría de nosotros, como seres humanos, que somos gregarios y construimos nuestra identidad en la interacción con los demás. Las palabras, sobre todo de quienes son importantes para mí, marcan una huella. Pero no es de eso de lo que quiero hablarles, quiero compartir una reflexión de mi propia experiencia.
En los últimos días he estado trabajando en un proyecto que tenía en mente hace mucho tiempo y que me produce mucha ilusión. Al terminar una actividad, muchas personas me expresaron su agradecimiento con palabras muy amorosas. Sin embargo, hubo una que me dijo que durante la actividad tomó nota de todos los errores que cometí y me los quería decir para que mejorara. Respiré, cerré los ojos y abrí mis oídos para escuchar lo que aquella persona quería regalarme.
La escuché atentamente, tomé nota de todas aquellas cosas que podía cambiar y hacer diferente, y termina diciéndome “si yo tuviera que evaluar”, lo repitió tres veces; en ese momento vino a mi mente y a mi cuerpo, todas las veces que me evaluaron, y parecería que la evaluación es una prueba que tienes que superar, y que nunca es posible sacarlo, porque para el otro nunca es suficiente lo que haces, y por supuesto, siempre se puede hacer mejor.
Pero quedarse con esa sensación de que “no lo haces bien”, “nada está bien hecho”, y mientras repetía “si yo te evaluara…”, creo que eso tuvo que repetirlo tres veces, yo no estaba allí (la verdad la dejé de escuchar). Me despedí dando las gracias, pues había un interés genuino de su parte de que yo pudiera hacerlo mejor.
Ese día había recibido muchos regalos, y como es frecuente hay algunos que a veces no nos gustan y esto es porque la mirada del otro no siempre es nutritiva y, en ocasiones, puede hundirnos, puede hacer crecer nuestra sensación que no somos capaces, de que no somos suficientes; y si esta mirada proviene de personas significativas, a las que hemos dado autoridad, tendrán mayor impacto.
El YO no existe en si mismo, pues siempre encuentra una relación con un TÚ. Construimos nuestra identidad a partir de la mirada del otro, sin embargo, esa mirada amorosa es la que nos impulsa a crecer y a convertir obstáculos y limitaciones, en oportunidades.